Cargo una lamentación perpetua, y casi siempre que tengo la oportunidad se la hago saber a mis amigos: duele que Juan Bosch teniendo una obra, tan alta y suficiente en términos generales, no haya ganado el Nóbel de Literatura. El país completo perdió en ese sentido, no sólo el país literario. Pues los dominicanos no tenemos héroes internacionales, y andamos huérfanos por el mundo, teniendo que repetir a cada escritor extranjero que "en Dominicana hay poetas, cuentistas, escritores, aunque ni Ripley lo crea".
Lo anterior para hablar del ajedrecista Ramón Mateo. Un extraordinario jugador. Lo ha demostrado ante jugadores nacionales y extranjeros. Mateo hace unos días partió con una encomienda hacia La Habana. Se fue en silencio, sin decírselo a nadie. Pienso que la sobriedad es una pieza del ajedrecista. Se fue a tratar de obtener unos puntos para convertirse en Gran Maestro, título que poseen pocos en cualquier país del mundo.
La historia de los inicios de Mateo en el ajedrez me sorprende. Bañada de una mini leyenda y de agua. Tiene algo de mito heraclitoneano. Se la cuento. Mateo se crió en el sector de Villa Duarte, y es de extracción humilde, tan humilde que se dice que pedía que lo cruzaran en yola para poder ir al estadio Eugenio María de Hostos a jugar ajedrez. Esa operación la hacía frecuentemente y ya los yoleros cruzaban con simpatía al "joven ajedrecista". Dicen que iba calzado con unas sandalias pero que mientras miraba las aguas serenas del río atesoraba la decisión de convertirse en el mejor ajedrecista del país.
Ese mismo Mateo que cruzaba "en bola" el río para jugar ajedrez se encuentra en La Habana, Cuba, y, aquí doy la noticia: acaba de convertirse en Gran Maestro. Mateo acaba de lograr la proeza en uno de los torneos de ajedrez más importantes: en el Capablanca In Memóriam. (Bobby Fischer llegó a jugar en él), allí logró ante recios e internacionales jugadores, puntos para ya ser un Gran Maestro. Y ¿qué significa esto? Le diré que este título es el más importante después del de campeón mundial. Ramón Mateo tenía alrededor de 2,400 y pico de puntos. Y ya llegó a los 2,500.
Me imagino a Ramón Mateo jugando en el mismo suelo que dio un jugador de la talla mundial de Raúl Capablanca. Me imagino a este caribeño de carácter extrovertido en poses auténticas de personaje introvertido que exige el ajedrez haciendo sudar a jugadores sagaces.
De que tiene agallas, Mateo lo ha demostrado en demasía. Ha derrotado a jugadores con categoría de gran maestro, de países como Argentina y Rusia. Sé que en el país hay una gran comunidad de ajedrecistas que juegan con suficiente amor y pasión como para hacer que esta disciplina crezca. Tanto que necesitamos los dominicanos el pensar y el movernos menos. Y este triunfo de Mateo es un buen motivo.
La proeza de Mateo es sorprendente. Este tiene más de 50 años, y le ha dedicado toda su vida a esta disciplina, que tan magistralmente disciplina el silencio.
Mateo debe ser el ejemplo para los niños dominicanos de que nosotros no sólo sabemos mover con destreza el bate, sino que también nos movemos en el campo de una sutileza mayor y misteriosa: la de mover con astucia las piezas de ese juego de batallas infinitas. A mi hijo Sebastián Eloy yo quiero mostrarle otros héroes que no tienen nada más que ver con la explosión de lo mediático, la fortuna y el bate. Quiero moverlo a saber que existe un tipo de héroe, tipo Ramón Mateo, donde predomina el don de adentrarse a una sutileza, de conocer el ímpetu y reino de un silencio, y la maestría que implica mover una pieza.
Ramón Mateo es ya un Gran Maestro. Su laurel ha sido obtenido en Cuba. Eso lo hace especial, tierra del genial Capablanca. Propongo que se le haga un gran recibimiento público, que vayan los niños al aeropuerto, que vaya la gente que aún cree en la inteligencia a darle las gracias. Yo estaré en primera línea, dándole la mano en el aeropuerto. Aunque esté solo. De las ingratitudes nuestras estoy curado. Bienvenido, Ramón Mateo, campeón de las batallas del silencio.
Lo anterior para hablar del ajedrecista Ramón Mateo. Un extraordinario jugador. Lo ha demostrado ante jugadores nacionales y extranjeros. Mateo hace unos días partió con una encomienda hacia La Habana. Se fue en silencio, sin decírselo a nadie. Pienso que la sobriedad es una pieza del ajedrecista. Se fue a tratar de obtener unos puntos para convertirse en Gran Maestro, título que poseen pocos en cualquier país del mundo.
La historia de los inicios de Mateo en el ajedrez me sorprende. Bañada de una mini leyenda y de agua. Tiene algo de mito heraclitoneano. Se la cuento. Mateo se crió en el sector de Villa Duarte, y es de extracción humilde, tan humilde que se dice que pedía que lo cruzaran en yola para poder ir al estadio Eugenio María de Hostos a jugar ajedrez. Esa operación la hacía frecuentemente y ya los yoleros cruzaban con simpatía al "joven ajedrecista". Dicen que iba calzado con unas sandalias pero que mientras miraba las aguas serenas del río atesoraba la decisión de convertirse en el mejor ajedrecista del país.
Ese mismo Mateo que cruzaba "en bola" el río para jugar ajedrez se encuentra en La Habana, Cuba, y, aquí doy la noticia: acaba de convertirse en Gran Maestro. Mateo acaba de lograr la proeza en uno de los torneos de ajedrez más importantes: en el Capablanca In Memóriam. (Bobby Fischer llegó a jugar en él), allí logró ante recios e internacionales jugadores, puntos para ya ser un Gran Maestro. Y ¿qué significa esto? Le diré que este título es el más importante después del de campeón mundial. Ramón Mateo tenía alrededor de 2,400 y pico de puntos. Y ya llegó a los 2,500.
Me imagino a Ramón Mateo jugando en el mismo suelo que dio un jugador de la talla mundial de Raúl Capablanca. Me imagino a este caribeño de carácter extrovertido en poses auténticas de personaje introvertido que exige el ajedrez haciendo sudar a jugadores sagaces.
De que tiene agallas, Mateo lo ha demostrado en demasía. Ha derrotado a jugadores con categoría de gran maestro, de países como Argentina y Rusia. Sé que en el país hay una gran comunidad de ajedrecistas que juegan con suficiente amor y pasión como para hacer que esta disciplina crezca. Tanto que necesitamos los dominicanos el pensar y el movernos menos. Y este triunfo de Mateo es un buen motivo.
La proeza de Mateo es sorprendente. Este tiene más de 50 años, y le ha dedicado toda su vida a esta disciplina, que tan magistralmente disciplina el silencio.
Mateo debe ser el ejemplo para los niños dominicanos de que nosotros no sólo sabemos mover con destreza el bate, sino que también nos movemos en el campo de una sutileza mayor y misteriosa: la de mover con astucia las piezas de ese juego de batallas infinitas. A mi hijo Sebastián Eloy yo quiero mostrarle otros héroes que no tienen nada más que ver con la explosión de lo mediático, la fortuna y el bate. Quiero moverlo a saber que existe un tipo de héroe, tipo Ramón Mateo, donde predomina el don de adentrarse a una sutileza, de conocer el ímpetu y reino de un silencio, y la maestría que implica mover una pieza.
Ramón Mateo es ya un Gran Maestro. Su laurel ha sido obtenido en Cuba. Eso lo hace especial, tierra del genial Capablanca. Propongo que se le haga un gran recibimiento público, que vayan los niños al aeropuerto, que vaya la gente que aún cree en la inteligencia a darle las gracias. Yo estaré en primera línea, dándole la mano en el aeropuerto. Aunque esté solo. De las ingratitudes nuestras estoy curado. Bienvenido, Ramón Mateo, campeón de las batallas del silencio.
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